Debido a una lógica inherente al sistema de mercado del suelo urbano, evidentemente se ha generado una estratificación en el espacio según la clase social. Con esto se precisa un orden, un sistema social y cultural, como una exclusiva y diferenciada manera de apropiarse del espacio- privado o público-por parte del ciudadano, asociadas a injustas diferencias en la calidad de la vida urbana.
Esto determina que, por ejemplo en la Región Metropolitana existan y coexistan varios y distintos Santiago, excluyentes. Convirtiéndose esto en un proceso histórico en espiral de segregación y fragmentación. Se observa en Santiago una zona que mayoritariamente esta compuesta por clases altas ubicadas en sectores periféricos altos de la ciudad. Estas zonas se han construido con condiciones de habitabilidad de alta calidad y consolidación urbana. Sea por una lógica de rentabilidad del suelo (económica)[1], o simplemente una tolerancia (cultural) a la pobreza en los limites de los espacios urbanos cerrados, lo cierto es que hoy estos lunares de riqueza en la pobreza abren fronteras sociales y espaciales dentro de la ciudad. Innegablemente, existe mucho interés de gestiones inmobiliarias, con edificaciones de buena calidad y sofisticación, logrando una alta rentabilidad, formando un círculo vicioso de riqueza urbana. Si embargo existe otro Santiago que se ha gestado con arduas luchas político-sociales por el suelo urbano habitado por viviendas baratas de mínimo estándar edificados por el Estado, agrupadas extensamente en vastas zonas periféricas de bajo valor.
El ambiente de estas poblaciones en general es inhóspito y de escasa vegetación, produciendo un espiral contraria a la anterior, de pobreza humana. Esto nos presenta la siguiente problematizacion, los procesos de reconstrucción identitaria de los habitantes de sectores pobres y medios de la ciudad de Santiago, son expresiones de los procesos de segregación urbana y estás demuestran visiblemente el modelo urbano asentado en la diversidad y heterogeneidad social, el intercambio entre desiguales, las nociones de espacio público, y valores como la integración social.
La metrópoli como comunidad imaginada centrada en la noción de espacio público y valores como la integración social se ha fragmentado y erosionado. Ser del bario alto o el barrio bajo, ser santiaguino o de provincia, o pertenecer a pueblos originarios o a otra cultura, son principios identitarios que levantan y refuerzan las fronteras internas de esta ciudad. Este ensayo abre la pregunta por los resquebrajamientos de esta construcción identitaria en una ciudad donde las maullaras internas no cesan de levantarse.
La pretérita separación a gran escala “comunas de pobres, comunas de ricos”, heredada en los años 60 y radicalizada en los ochenta, hoy se superpone a la inicial segregación a pequeña escala territorial, expresado en los modernos condominios o villas privadas. Estas ciudadelas de ricos en comunas tradicionalmente pobres abren una nueva perspectiva de abordaje del problema de la segregación urbana y por supuesto la construcción de una nueva identidad y subjetividad nacional.
Este aumento en el surgimiento de las ciudades amuralladas dentro de la ciudad, se debe a la consolidación de las desigualdades sociales, la perdida del control del territorio, como el surgimiento de un modelo de ciudadanía privada basada en la autorregulación y en la consecuente privatización de la vida social. De manera que, las fracturas urbanas, las fronteras al interior de la ciudad, aparecen entonces como la expresión y el recurso de integración e identificación al interior del propio grupo de pertenencia, pero también de exclusión y distinción en relación al resto de la sociedad.
La segregación y las fronteras espaciales de nuestra ciudad no son un mero reflejo de esta comunidad de desiguales, ellas también ayudan a construirla. En este punto, el vigente proceso urbano da cuenta de la consolidación progresiva de un modelo de ciudad frontera, contrastada por la afirmación de una ciudadanía privada y una comunidad fuertemente desmembrada.
La ciudad en un comienzo fue pensada como un espacio donde nos podíamos encontrar con una representación ampliada de lo social, esto era entendido como espacio de libre circulación y acceso para una multiplicidad de personas, independiente de su origen, social, étnico, religioso. El circular de la ciudad ha representado, a lo largo de toda la historia de la modernidad, la pertenencia a la ciudad, de manera que el modelo de la ciudad abierta a la circulación es la piedra fundante de la ciudad moderna.
Desde finales de la edad media, la ciudad representó espacialmente la posibilidad de liberarse de los controles feudales, en un contexto de grupos sociales y étnicos heterogéneos, de migraciones constantes y sobre todo, de predominio del comercio. Sin embargo la ciudad ha ido perdiendo paulatinamente sus significaciones, los espacios urbanos reflejan la transformación de una sociedad impulsada por fuerzas de des-construcción, la ciudad pública, entendida como espacio de libre circulación y accesibilidad, está en un permanente riesgo de ser cooptada por las fuerzas de poderes que se le superponen, formas de poder quizás mucho mas complejas que las estructuras de poder con las que se enfrentaba la sociedad feudal.
En esta década el antiguo imaginario mesocrático y equitativo da paso a uno donde el enemigo interno y la desigualdad toman fuerza. El PNUD[2] advierte también que en las ultimas décadas del siglo XX se observa una ruptura en la construcción político-estatal imaginario público, siendo desplazado por un imaginario privado, de manera que lo público no desaparece , pero toma otras formas e incide sobre la experiencia que pueden tener las personas de la convivencia social.
La ciudad no es sólo un fenómeno urbanístico, está esta instituida por las sinergias que se originan entre las instituciones y los espacios culturales, que nos facilitan la posibilidad de aprender en la ciudad, entre la producción de mensajes y significados, y nos permiten al mismo, aprender su pasado y su presente muchas veces poco distinguido. “El interés actual por la ciudad moderna se ha desprendido de la propia ciudad como dispositivo modernizador, es decir, de lo que la ciudad ha significado históricamente en nuestras historias modernas”[3].
La ciudad moderna, tiene como finalidad, la reconstrucción de una ciudadanía organizada, independiente, capaz de convivir con la diferencia y de corregir a través de de una racionalización instrumental sus contrariedades. Provee un proceso continuo y dinámico, en la cual los individuos crean y recrean la cultura, que a su vez los produce y reproduce.”La modernidad es tomada aquí, entonces, como el ethos cultural más general de la época, como los modos de vida y organización social que vienen generalizándose e institucionalizándose sin pausa desde su origen racional europeo en los siglos XV y XVI, y la modernización, como aquellos procesos duros que siguen transformando materialmente el mundo”[4].
La metrópoli como comunidad imaginada centrada en la noción de espacio público y valores como la integración social se ha fragmentado y erosionado. Ser del bario alto o el barrio bajo, ser santiaguino o de provincia, o pertenecer a pueblos originarios o a otra cultura, son principios identitarios que levantan y refuerzan las fronteras internas de esta ciudad. Este ensayo abre la pregunta por los resquebrajamientos de esta construcción identitaria en una ciudad donde las maullaras internas no cesan de levantarse.
La pretérita separación a gran escala “comunas de pobres, comunas de ricos”, heredada en los años 60 y radicalizada en los ochenta, hoy se superpone a la inicial segregación a pequeña escala territorial, expresado en los modernos condominios o villas privadas. Estas ciudadelas de ricos en comunas tradicionalmente pobres abren una nueva perspectiva de abordaje del problema de la segregación urbana y por supuesto la construcción de una nueva identidad y subjetividad nacional.
Este aumento en el surgimiento de las ciudades amuralladas dentro de la ciudad, se debe a la consolidación de las desigualdades sociales, la perdida del control del territorio, como el surgimiento de un modelo de ciudadanía privada basada en la autorregulación y en la consecuente privatización de la vida social. De manera que, las fracturas urbanas, las fronteras al interior de la ciudad, aparecen entonces como la expresión y el recurso de integración e identificación al interior del propio grupo de pertenencia, pero también de exclusión y distinción en relación al resto de la sociedad.
La segregación y las fronteras espaciales de nuestra ciudad no son un mero reflejo de esta comunidad de desiguales, ellas también ayudan a construirla. En este punto, el vigente proceso urbano da cuenta de la consolidación progresiva de un modelo de ciudad frontera, contrastada por la afirmación de una ciudadanía privada y una comunidad fuertemente desmembrada.
La ciudad en un comienzo fue pensada como un espacio donde nos podíamos encontrar con una representación ampliada de lo social, esto era entendido como espacio de libre circulación y acceso para una multiplicidad de personas, independiente de su origen, social, étnico, religioso. El circular de la ciudad ha representado, a lo largo de toda la historia de la modernidad, la pertenencia a la ciudad, de manera que el modelo de la ciudad abierta a la circulación es la piedra fundante de la ciudad moderna.
Desde finales de la edad media, la ciudad representó espacialmente la posibilidad de liberarse de los controles feudales, en un contexto de grupos sociales y étnicos heterogéneos, de migraciones constantes y sobre todo, de predominio del comercio. Sin embargo la ciudad ha ido perdiendo paulatinamente sus significaciones, los espacios urbanos reflejan la transformación de una sociedad impulsada por fuerzas de des-construcción, la ciudad pública, entendida como espacio de libre circulación y accesibilidad, está en un permanente riesgo de ser cooptada por las fuerzas de poderes que se le superponen, formas de poder quizás mucho mas complejas que las estructuras de poder con las que se enfrentaba la sociedad feudal.
En esta década el antiguo imaginario mesocrático y equitativo da paso a uno donde el enemigo interno y la desigualdad toman fuerza. El PNUD[2] advierte también que en las ultimas décadas del siglo XX se observa una ruptura en la construcción político-estatal imaginario público, siendo desplazado por un imaginario privado, de manera que lo público no desaparece , pero toma otras formas e incide sobre la experiencia que pueden tener las personas de la convivencia social.
La ciudad no es sólo un fenómeno urbanístico, está esta instituida por las sinergias que se originan entre las instituciones y los espacios culturales, que nos facilitan la posibilidad de aprender en la ciudad, entre la producción de mensajes y significados, y nos permiten al mismo, aprender su pasado y su presente muchas veces poco distinguido. “El interés actual por la ciudad moderna se ha desprendido de la propia ciudad como dispositivo modernizador, es decir, de lo que la ciudad ha significado históricamente en nuestras historias modernas”[3].
La ciudad moderna, tiene como finalidad, la reconstrucción de una ciudadanía organizada, independiente, capaz de convivir con la diferencia y de corregir a través de de una racionalización instrumental sus contrariedades. Provee un proceso continuo y dinámico, en la cual los individuos crean y recrean la cultura, que a su vez los produce y reproduce.”La modernidad es tomada aquí, entonces, como el ethos cultural más general de la época, como los modos de vida y organización social que vienen generalizándose e institucionalizándose sin pausa desde su origen racional europeo en los siglos XV y XVI, y la modernización, como aquellos procesos duros que siguen transformando materialmente el mundo”[4].
La ciudad reinante es un cuerpo y un espacio de ciudadanías diversas, se manifiesta en ella una multiplicidad cultural y simultanea, todo en un continuo y dinámico movimiento. Como dice García Canclini “Aquí podríamos considerar una doble transición. Hablamos del pasaje de las ciudades a las mega-ciudades, estos grande conjuntos urbanos que han conturbado, que han interactuado con otras ciudades y las han incorporado. Pero también hay un pasaje de la cultura urbana a la multiculturalidad (...) Pareciera que en la actualidad la búsqueda no es entender qué es lo específico de la cultura urbana, qué la diferencia de la cultura rural, sino como se da la multiculturalidad, la coexistencia de múltiples culturas en un especio que todavía llamamos urbano”[5]. En esta ciudad actual, la representación y la planificación como ordenadores de la ciudad resultan dudosos, este nuevo espacio urbano, exige análisis y soluciones inéditas, que permitan implementar una convivencia entre las diferencias, lo múltiple y lo simultaneo de la temporalidad.
Por tanto el sujeto se ve determinado a circular en espacios de difícil lectura, expuestos a continuos cambios, donde el sujeto mimetiza en esta realidad fragmentada y simbólica con una racionalidad constituyente, que a medida que cambia el entorno del caminante cambia también sus practicas de relacionarse con ella. El sujeto moderno enfrentado a este espectáculo de los otros y ante los otros, se contempla a si mismo como espectáculo y descubre en él, dramáticamente, la realidad patente de las diferencias, transformándose perdurablemente la forma de significar los lazos de pertenencia social en la ciudad.
Lo que hoy se esta desarrollándose en conformación de la ciudad, sumando la segregación histórica, es una distribución urbano-inmobiliaria heterogénea de micro-segregaciones sociales. Los antibarrios, la segregación adquiere un nuevo rostro oculto y engañoso. Esta nueva distribución es impulsada y legitimada por una fuerte paranoia urbana de inseguridad social, este proceso se está produciendo a través de la conformación en la periferia de la ciudad de espacios parapetados, fuertemente divididos y fragmentados tipo guetos. Este fenómeno se esta produciendo en las diversas comunas del Gran Santiago, produciéndose grandes loteos privados tipo condominio urbano destinado a sectores tanto de clase alta como de sectores medios y medios altos. Estas conformaciones adoptan una singular forma amurallada y vigilada, con accesos únicos y muy controlados que logran un ambiente interno de homogeneidad y orden, sin comercio de barrio y actividades no deseadas. Sin embargo en los sectores de clase baja y media se intenta lo mismo, los pasajes y las calles de villas o poblaciones se cierran con rejas logrando el mismo efecto.
Con estos espacios comunitarios amurallados e hiper-vigilados y con una arquitectura defensiva se produce una identidad que tiende a exiliar al otro por falta de seguridad. Estos hechos producen una exacerbación de la paranoia, más resentimiento, más temor y una incomodidad generalizada, pero no logra creer una sensación de seguridad permanente. Lo de lo exterior, la ciudad real, los espacios públicos se transforman en espacios vacíos, prácticamente solo de circulación, pero una circulación segregada, un flujo sin vida y que los cuerpos pretenden evitar. Se destruye el dominio de lo publico y de lo diverso, las segregación adopta una forma comunitaria y distribuida territorialmente, con efectos fragmentadores y de desintegración. Por tanto el miedo a lo externo destruye el barrio que interactúa con la diversidad de la ciudad, transformándose en un gueto uniforme y estricto.
Esta nueva homogeneidad amurallada y las transformación que produce en las identidades de los sujetos de puede percibir con mas claridad en sus hábitos de consumo, los llamados hiper-supermercados, centros comerciales, y Mall, tienen hoy una forma de acceso restringido, se accede preferentemente en auto, siendo el sistema el que incentiva y organiza, la creación de las grandes autopistas urbanas logra que ni siquiera exista una afluencia de personas de diferentes condiciones, los sectores de clase alta y media alta siguen abasteciéndose principalmente en los centros comerciales del barrio alto aunque vivan en guetos, insertados en comunas periféricas, aumentando la fuerte tendencia a la no interacción social y ciudadana, causando una desintegración social.
Solo el recorrido y el desplazamiento por la ciudad nos presentan una mirada a la multiplicidad de perspectivas, y nos enfrenta a la diversidad inagotable de trayectos que llamamos ciudad, y es en ese deslizamiento singular donde se dibuja cada existencia individual. Habitar ahora la ciudad se traduce como transitarla, es en ese transito donde la vida moderna se descubre. Los cambios en la arquitectónica de la ciudad son espectadores de tendencias, de la decadencia de ciertas formas de recorre la ciudad, la proliferación del shopping no sólo reduce y circunscribe el simple paseo, sino que adhiere el consecuente artificio mermando la naturalidad del recorrido que se fusiona con la experiencia dentro de la ciudad.
Convierte al individuo en un simple pasajero, constreñido, asediado por una multitud de signos y ruidos, vaciando de significado el antiguo propósito de caminar para ver y ser visto. “El shopping es todo futuro, construye nuevos hábitos, se convierte en un punto de referencia, acomoda a la ciudad en su presencia, acostumbra a la gente a funcionar en el shopping”[6]. Según Sarlo “El shoppings es un artefacto perfectamente adecuado a la hipótesis del nomadismo contemporáneo, cualquiera que haya usado algunas vez el shopping puede usar otro, en una ciudad diferente y extraña de la que ni siquiera conozca la lengua o las costumbres. Las masas temporariamente nómades que se mueven según los flujos del turismo, encuentra en el shopping la dulzura del hogar donde se borran los contratiempos de la diferencia y de los malentendidos”[7]. Esto también genera una velada forma de segregación social. Este ambiente interior aséptico, repelen a grupos sociales de las periferias o socialmente excluidos por las convenciones del mercado. Existe un grupo social que está impedido a entrar...
Por tanto el sujeto se ve determinado a circular en espacios de difícil lectura, expuestos a continuos cambios, donde el sujeto mimetiza en esta realidad fragmentada y simbólica con una racionalidad constituyente, que a medida que cambia el entorno del caminante cambia también sus practicas de relacionarse con ella. El sujeto moderno enfrentado a este espectáculo de los otros y ante los otros, se contempla a si mismo como espectáculo y descubre en él, dramáticamente, la realidad patente de las diferencias, transformándose perdurablemente la forma de significar los lazos de pertenencia social en la ciudad. El flujo y ritmo externo del mundo de la ciudad es agregado al mundo interno del sujeto, y con ello, la experiencia de la modernidad se torna presente inmediato, el habitar de la gran ciudad ya no se puede escapar de ella ni posponerla porque la ha incorporado en su circulación sanguínea.
La ciudad se construye tanto desde una dimensión física como cultural, es un proceso de transformación global que afecta todos los aspectos del comportamiento biológico, social y estético de los individuos. Ella no se define sólo en términos del entorno geográfico intervenido, ni del espacio físico intra-urbano, de la infraestructura, ni de la arquitectura, sino desde su discurso que se inscribe en el cuerpo de los que la habitan.
La segregación y las fronteras espaciales de nuestra ciudad no son un mero reflejo de esta comunidad de desiguales, ellas también contribuyen en su construcción. En este sentido el actual desarrollo urbano presenta una consolidación progresiva de un modelo de ciudad de fronteras, marcada por la afirmación de una ciudad privada.
La percepción de vivir en una sociedad vulnerable donde las murallas internas dividen los espacios y las posibilidades de integración social se ha instalado en los santiaguinos. Fronteras desiguales que tienen una expresión económica, espacial y social, pero sobre todo de construcción del vínculo y de los imaginarios sociales que representan y dan significación a la vida en sociedad. Lo público no desaparece, pero adquiere otras formas e incide sobre las experiencias que pueden tener las personas de la convivencia social. Frente al declive u obsolescencia de ciertos imaginarios heredados, el repliegue en lo cotidiano, en lo micro, en la comunidad de iguales y en las fronteras de lo privado pareciera ofrecer ciertos nodo de cohesión social[8].
Estos formas de cohesión estas fortalecidas por la creación del campo simbólico que las representan Según Bourdieu el campo simbólico vendría a ser el especio de estudio en el que se manifiestan estas relaciones y es dentro de este campo donde se engendran las estrategias de los productores. Este mecanismo regulador será identificado por Bourdieu como el habitus el cual esta presente dentro del campo simbólico. “El habitus no es una serie azarosa de disposiciones, opera según una lógica relativamente coherente, la lógica de la practica (...) Consiste en la internalizacion de un conjunto dado de determinadas condiciones objetivas, tanto condiciones materiales inmediatas como mediadas por el habitus y las practicas de los adultos (en especial los padres) que conforman el entorno del niño”[9].
El habitus es internalizado por los individuos y lo utilizan para regular la interacción, de manera que, el habitus se pude entender como un fenómeno familiar, de carácter grupal y también de clase. “La lógica del campo cultural, entonces, opera de modo tal que crea, reproduce y legitima (reproduce porque legitima) un conjunto de relaciones de clase estructuradas alrededor de dos grande divisiones por un lado la que existe entre las clases dominantes y dominadas, y, por otro, la división entre fracciones dominantes y dominadas en el seno de la clase dominante”[10]. El campo simbólico tiene como función esencial resolver las contradicciones ininteligibles en el plano material-social; es decir, se adjudica el carácter de explicación de aquellos fenómenos que, por paradójicos, tienen capacidad de hacer dudar.
Según Berger y Luckmann[11] toda sociedad debe desarrollar procedimientos de mantenimiento de la realidad para salvaguardar la simetría entre la realidad objetiva y subjetiva. Para estos autores la identidad es un fenómeno que surge de la dialéctica entre individuo y la sociedad, la identidad se forma por procesos sociales y una vez cristalizada, es mantenida, modificada o aun reformada por las relaciones sociales.
Las sociedades tienen historias en cuyo curso emergen identidades específicas dominantes y dominados, pero son historias hechas por hombres que poseen identidades específicas. Por tanto cuando el Otro generalizado se ha cristalizado en la conciencia, se establece una relación simétrica entre la realidad objetiva y la subjetiva. “La experiencia que para Thompson equivale al ser social, significa precisamente que las estructuras objetivas hacen algo en las vidas de las personas, y que por eso es que, tenemos clases y no solo relaciones de producción”[12].
Esta consolidación de una ciudad con fronteras y murallas nos deja vislumbrar la coexistencia de imaginarios sociales que no solo se contradicen entre si, sino que tampoco consiguen aportar autenticas matrices de sentido compartido, llegando a ser inconcluso el imaginario social común, de una comunidad imaginada. Una sociedad que se atrinchera, convive, tolera y disimula la desigualdad y la segregación en su interior se convierte en una ciudad de imaginarios fragmentados.
Bibliografía.
1. Salcedo, Rodrigo Condominios; Nueva ciudad y Cultura Nacional, En revista Avances 43, agosto 2002.
2. PNUD, Informe del desarrollo humano, “Nosotros los chilenos”, Chile, 2002.
3. Gorelik, Adrián, “Lo Moderno en Debate: Cuidad, Modernidad, Modernización”, en Universitas Humanística Nº 56, Bogotá, Colombia, Pontificia Universidad Javeriana, 2003.
4. García Canclini, Néstor, “Ciudades Multiculturales y Contradicciones de la modernidad”, en Imaginarios Urbanos, Buenos Aires, Argentina, Ediciones Eudeba, 1999.
5. Sarlo, Beatriz, “Abundancia y Pobreza”, en Escenas de la Vida Posmoderna. Intelectuales, Arte y Videocultura en Argentina, Buenos Aires, Argentina, Compañía Editora Espasa Calpe Argentina,
6. Lechner, Norbet, “El capital social como problema cultural, Mineo, 1999.
7. Garnham, Nicholas y Williams, Raymond (Trad. Victoria Boschiroli y Gabriel Resnik), “Pierre Bourdieu y la Sociología de la cultura: Una introducción”, En Revista Causas y azares, año II, Nº3, Argentina, Pág. 406
8. P. Berger, T. Luckmann, “La construcción social de la realidad” editorial Amorrortu, Pág. 164
9. Meiksins Wood, Ellen, “El concepto de clase en E.P. Thompson”, En varios autores, Cuadernos políticos nº36, México, Ediciones Era, Abril-junio 1983,
[1] Salcedo, Rodrigo Condominios; Nueva ciudad y Cultura Nacional, En revista Avances 43, agosto 2002, Pág. 22-28.
[2] PNUD, Informe del desarrollo humano, “Nosotros los chilenos”, Chile, 2002.
[3] Gorelik, Adrián, “Lo Moderno en Debate: Cuidad, Modernidad, Modernización”, en Universitas Humanística Nº 56, Bogotá, Colombia, Pontificia Universidad Javeriana, 2003, Pág. 25
[4] Ibidem, Pág. 26
[5] García Canclini, Néstor, “Ciudades Multiculturales y Contradicciones de la modernidad”, en Imaginarios Urbanos, Buenos Aires, Argentina, Ediciones Eudeba, 1999 Pág 236
[6]Sarlo, Beatriz, “Abundancia y Pobreza”, en Escenas de la Vida Posmoderna. Intelectuales, Arte y Videocultura en Argentina, Buenos Aires, Argentina, Compañía Editora Espasa Calpe Argentina, Pág. 249
[7] Sarlo, Beatriz, “Abundancia y Pobreza”, op. cit, 248
[8] Lechner, Norbet, “El capital social como problema cultural, Mineo, 1999.
[9]Garnham, Nicholas y Williams, Raymond (Trad. Victoria Boschiroli y Gabriel Resnik), “Pierre Bourdieu y la Sociología de la cultura: Una introducción”, En Revista Causas y azares, año II, Nº3, Argentina, Pág. 406
[10] Ibidem, 412
[11] P. Berger, T. Luckmann, “La construcción social de la realidad” editorial Amorrortu, Pág. 164
[12] Meiksins Wood, Ellen, “El concepto de clase en E.P. Thompson”, En varios autores, Cuadernos políticos nº36, México, Ediciones Era, Abril-junio 1983, Pág. 87
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