Se suele pensar en que las feministas exageran. Puesto que ya se terminó con la opresión feminista, el acoso sexual y la violación conyugal ya no existe, y frente a esto se suele hablar de los logros del movimiento feminista.
Pero lamentablemente no se ha obtenido ningún avance social, la historia contemporánea testifica lo frágil de estos logros y los diversos obstáculos a los que se ven expuestos, por un lado los ataques masculinistas y por otro la mala voluntad política.
Según Christine Delphy, “Las convenciones internacionales o las directivas europeas siguen siendo letra muerta, cuando las leyes internas que prohíben la discriminación sexual no se aplican mejor que las que prohíben la discriminación racial (...) En Francia, la ley de 1989 sobre la igualdad laboral nunca se aplico (...) a la evidente desigualdad entre mujeres y hombres en el mercado laboral se agrega la explotación del trabajo domestico, asegurado en un 90% por las mujeres. Esta explotación forma parte del armazón del sistema social, al igual que la división de las clases”.[1]
Después de las multitudinarias movilizaciones feministas de los años 60 y 70, las mujeres volvieron a sus hogares, y las discusiones sobre los temas feministas se trasladaron de las calles a debates entre intelectuales. Surgieron así los llamados Estudios de Género, y la lucha por la emancipación de la mujer perdió lo más representativo las manifestaciones masivas que implicaba a otras fracciones de la sociedad. Sin la intervención masiva de la mujer trabajadora, la lucha feminista se tornó aún más reformista, satisfaciéndose con ampliar los espacios de la mujer en la democracia burguesa.
Desde entonces la desigualdad de la mujer en el capitalismo se comienza a profundizar sobre todo en los países subdesarrollados, y todo lo que se refiere a la opresión de la mujer es caracterizado como un asunto de género. En este contexto de desigualdad los debates de la política feminista enfocan sus demandas y propuestas actuales sobre la reivindicación de la justicia social.
Los planteamientos teóricos desde la política feminista son variados. El más reconocido se refiere a la redistribución, que apela a una distribución más justa de los bienes y recursos.
Existe también un segundo diseño, las llamadas políticas de reconocimientos que persigue revalorizar las identidades desvaloradas injustamente y que se acepten las diferencias de un modo amistoso. Sin embargo se produciría una cierta disociación en el campo de lo práctico, Nancy Fraser dice “Dentro de los movimientos sociales, por ejemplo dentro del feminismo, las tendencias de activistas que reclaman la redistribución como el remedio al dominio de los varones, se separa cada vez más de las tendencias que giran entorno al reconocimiento.[2]
Un tercer planteamiento seria el marxista, este trata de desvelar y exteriorizar las bases capitalistas y patriarcales del Estado liberar que legitima la explotación y desigualad de la sociedad falocentrica sobre los derechos de las mujeres. Mary Dietz explica “Como propugnan estas teorías, la liberación de las mujeres será posible únicamente cuando el estado liberal sea derrocado y desmantelada su estructura capitalista y patriarcal.[3]
El análisis feminista-marxista pone al descubierto los vacíos de la justicia social cuando es aplicada a los derechos de las mujeres, y desenmascara las políticas masculinistas del Estado.
Dentro de los márgenes del capitalismo, estos análisis son importantes porque tornan cada vez más visible la desigualdad de la mujer Sin embargo, al centralizar la opresión de la mujer en la desigualdad de género, se presenta un inconveniente dado qué, circunscribe su lucha dentro del sistema capitalista ignorando así el problema de clase, estableciendo una política que busca representar a todas las mujeres, no tomando en cuenta el lugar que ocupan en la división social del trabajo.
Considero que las mujeres no pueden ser reducidas a su condición de género, porque en cada individuo conviven heterogéneas posiciones subjetivas; cada agente social está inscrito en una multiplicidad de relaciones sociales.
Sin embargo existen teorías feministas que procuran instituir una sociedad donde no existe una jerarquía de las cosas, proponiendo que lo que organiza la sociedad no son más las clases sociales, sino los géneros.
Esta idea se erige en oposición directa con la visión marxista de clase sobre el problema de la mujer, la cual propone que todos los procesos sociales son consecuencias de una estructura económica, esta imputación pretende señalar que ahora las mujeres tienen una visión más completa de su condición, y ya no una perspectiva reduccionista. La pregunta que surge es , si la mujer lucha por una igualdad de género ¿por qué aún sigue oprimida y dominada?.
Estamos de acuerdo que cuando se dialoga sobre la opresión de la mujer no se puede recurrir a sólo categorías económicas. La opresión es una multiplicidad de actitudes que implican también categorías psicológicas, culturales e ideológicas. Pero se debe considerar que la realidad objetiva es precisamente la materia en movimiento y en el día de hoy ya nadie cuestiona que las ideas no son el reflejo del mundo material, pero parten de él, así como dice Marx “El hombre produce al hombre, así mismo y al otro hombre(...) Así como es la sociedad misma la que produce al hombre en cuanto hombre, así también es producida por el, toda la llamada historia universal no es otra cosa que la producción del hombre por el trabajo humano”.[4]
El marxismo expone que en la producción social de la propia existencia, hombres y mujeres entran en relaciones establecidas, independientes de su voluntad, estas relaciones de producción conciernen a un grado determinado de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. Por lo tanto el modo de producción dominante de la vida material condiciona el proceso de vida social, política e intelectual.
No es una dependencia mecánica, sino dialéctica, un enfrentamiento continuo entre la psiquis humana y su relación social y económica, que va conformando los comportamientos humanos como lo declarara Marx “Tal y como los individuos manifiestan su vida, así son, tanto con lo que producen como con el modo como producen, lo que los individuos son depende, por tanto, de las condiciones materiales de su producción”. [5]
En ninguna época histórica las sociedades, se estructuraron sobre construcciones culturales, estas provienen de un estipulado modo de producción, la manera en que los hombres se relacionan para producir sus medios materiales de vida. La división sexual del trabajo está simbólicamente inscrita en una aparente división entre géneros. Pero lo que se hace notar es que las mujeres de la clase trabajadora soportan, en primer lugar una discriminación entre clases, una relación desigual entre ellas y las mujeres burguesas, más que una discriminación entre géneros .
La producción de las ideas y la conciencia está directamente entrelazada con la actividad material y el trato material de los hombres, como el lenguaje de la vida real. Y de igual manera ocurre con la producción espiritual, tal y como se manifiesta en el lenguaje de la política, de las leyes, de la religión, de una sociedad “ Los hombres son los productores de sus representaciones, de sus ideas, pero se trata de hombres reales y activos tal y como se hayan condicionados por un determinado desarrollo de sus fuerzas productivas”[6].
La desigualdad entre los géneros como construcción cultural sólo puede ser enunciada como tal en una sociedad donde coexisten dominados y dominantes, y la mujer cumple una función social como ser dominado. El género es una construcción social burguesa, es ideología de la clase dominante. Por eso delimitar el problema a una temática de género tiende a disimular los elementos económicos que aíslan a los hombres y mujeres de las diferentes clases, como también de disolver las contradicciones que se hallan entre las mujeres burguesas y proletarias. La desigualdad de género, por lo tanto, es una construcción social propia del capitalismo, y tiene una condición absolutista, que busca destacar las diferencias entre los seres humanos.
El marxismo facilitó, una base materialista para la emancipación femenina, la mujer no nació subyugada; su opresión concuerda, con el surgimiento de la explotación de los hombres y mujeres que trabajan. El marxismo sólo exteriorizó el origen de esta opresión, Marx dice “El objetivo inmediato de los comunista(...). es la formación del proletariado como clase , el derrocamiento de la dominación de la burguesía, la conquista del poder político por parte del proletariado(...) la abolición de la propiedad burguesa..”[7]
Por haber entendido que la dominación de la mujer tiene un origen capitalista, el marxismo puede proponer las medidas para conseguir su emancipación, la derogación de la propiedad privada, única manera de suministrar las bases materiales para trasladar a la sociedad en su conjunto las cargas domésticas y familiares que recaen sobre la mujer. Desde esta perspectiva, una mujer que trabaja es una mujer que consigue participar del sindicato y de los movimientos políticos.
Por eso, es un error demandar una política de género, las políticas de género, al no inscribirse en la clase trabajadora, tienen que asentarse en alguna otra cosa y están siempre dirigidas a los gobiernos burgueses. Para esto se han propuesto dos mecanismo de representatividad en la teoría política uno es el de los cupos “Se trata de una medida de recuperación que tiende a compensar el desequilibrio, creado por la división social del trabajo, que existe en desmedro de las mujeres, y a compensar el hecho que no se las tome en cuenta en las distintas esferas de la vida social”.[8] Sin embargo aumentar el número de mujeres en el parlamento no influye necesariamente en la vida de la mayoría, pues no existe ninguna garantía que representen a los distintos grupos oprimidos.
El segundo mecanismo es el de paridad, que es un reconocimiento de la dualidad sexual del género humano. Presentándose como una medida definitiva y teniendo como finalidad asegurar que hombres y mujeres compartan el poder en la esfera de lo político. El objetivo es acrecentar la representación femenina en el Parlamento, no derogarlo, encubriendo la existencia de la diferencia de intereses entre mujeres burguesas y proletarias, como si un Parlamento mayoritariamente femenino eligiese sólo políticas favorables al pueblo.
Para el marxismo en cambio la opresión femenina es desempleo, es servilismo, es violencia, es frustración y todo esto se da dentro del contexto capitalista. Por tanto el inconveniente de la mujer trabajadora no es ser mujer, es coexistir en un régimen capitalista. Ella no necesita rechazar su feminidad y maternidad, ni precisa percibir en el hombre un contendiente, debe luchar por el fin de la sociedad capitalista como nos explica Marx “El comunismo no es un estado que debe implantarse, un ideal al que haya de sujetarse la realidad. Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera al estado de las cosas actual[9].
Ese será el primer movimiento para que pueda levantar una sociedad, en igualdad con el hombre, donde todos los intersticios de opresión sean superados.
[1] Delphy Christine, “Los desafíos actuales del feminismo” Le Monde diplomatique, Mayo 2004, Pág.32
[2] Nancy Fraser, “Redistribución y reconocimiento: hacia una visión integrada de justicia del género” en Revista Internacional de Filosofía Política, Madrid, Nº8, 1996, pp. 19.
[3] Mary Dietz , “El contexto es lo que cuenta: Feminismo y teorías de la ciudadanía” Debate Feminista, México, 1990, pp. 122
[4] K. Marx, “Manuscritos III”, pp. 145 y 155, citado por Cesar Tejedor en “Historia de la filosofía” Ed. SM,
España, 1997.
[5] K. Marx, F. Engels, “La Ideología Alemana”,Ed. Revolucionaria, La Habana 1966, pp.19
[6] Ibíd. pp. 25
[7] K. Marx, F. Engels, “Manifiesto comunista”, Ed.Grijalbo, España, 1998, pp. 57.
[8] Bérengérs Marques-Pereira, “Cupos o paridad”: ¿Actuar como ciudadanas?, Revista de Ciencia Política, Santiago, 2001, pp. 101-121.
[9] K. Marx, F. Engels, “La ideología Alemana”,Ed. Revolucionaria, La Habana,1966, pp. 36
Pero lamentablemente no se ha obtenido ningún avance social, la historia contemporánea testifica lo frágil de estos logros y los diversos obstáculos a los que se ven expuestos, por un lado los ataques masculinistas y por otro la mala voluntad política.
Según Christine Delphy, “Las convenciones internacionales o las directivas europeas siguen siendo letra muerta, cuando las leyes internas que prohíben la discriminación sexual no se aplican mejor que las que prohíben la discriminación racial (...) En Francia, la ley de 1989 sobre la igualdad laboral nunca se aplico (...) a la evidente desigualdad entre mujeres y hombres en el mercado laboral se agrega la explotación del trabajo domestico, asegurado en un 90% por las mujeres. Esta explotación forma parte del armazón del sistema social, al igual que la división de las clases”.[1]
Después de las multitudinarias movilizaciones feministas de los años 60 y 70, las mujeres volvieron a sus hogares, y las discusiones sobre los temas feministas se trasladaron de las calles a debates entre intelectuales. Surgieron así los llamados Estudios de Género, y la lucha por la emancipación de la mujer perdió lo más representativo las manifestaciones masivas que implicaba a otras fracciones de la sociedad. Sin la intervención masiva de la mujer trabajadora, la lucha feminista se tornó aún más reformista, satisfaciéndose con ampliar los espacios de la mujer en la democracia burguesa.
Desde entonces la desigualdad de la mujer en el capitalismo se comienza a profundizar sobre todo en los países subdesarrollados, y todo lo que se refiere a la opresión de la mujer es caracterizado como un asunto de género. En este contexto de desigualdad los debates de la política feminista enfocan sus demandas y propuestas actuales sobre la reivindicación de la justicia social.
Los planteamientos teóricos desde la política feminista son variados. El más reconocido se refiere a la redistribución, que apela a una distribución más justa de los bienes y recursos.
Existe también un segundo diseño, las llamadas políticas de reconocimientos que persigue revalorizar las identidades desvaloradas injustamente y que se acepten las diferencias de un modo amistoso. Sin embargo se produciría una cierta disociación en el campo de lo práctico, Nancy Fraser dice “Dentro de los movimientos sociales, por ejemplo dentro del feminismo, las tendencias de activistas que reclaman la redistribución como el remedio al dominio de los varones, se separa cada vez más de las tendencias que giran entorno al reconocimiento.[2]
Un tercer planteamiento seria el marxista, este trata de desvelar y exteriorizar las bases capitalistas y patriarcales del Estado liberar que legitima la explotación y desigualad de la sociedad falocentrica sobre los derechos de las mujeres. Mary Dietz explica “Como propugnan estas teorías, la liberación de las mujeres será posible únicamente cuando el estado liberal sea derrocado y desmantelada su estructura capitalista y patriarcal.[3]
El análisis feminista-marxista pone al descubierto los vacíos de la justicia social cuando es aplicada a los derechos de las mujeres, y desenmascara las políticas masculinistas del Estado.
Dentro de los márgenes del capitalismo, estos análisis son importantes porque tornan cada vez más visible la desigualdad de la mujer Sin embargo, al centralizar la opresión de la mujer en la desigualdad de género, se presenta un inconveniente dado qué, circunscribe su lucha dentro del sistema capitalista ignorando así el problema de clase, estableciendo una política que busca representar a todas las mujeres, no tomando en cuenta el lugar que ocupan en la división social del trabajo.
Considero que las mujeres no pueden ser reducidas a su condición de género, porque en cada individuo conviven heterogéneas posiciones subjetivas; cada agente social está inscrito en una multiplicidad de relaciones sociales.
Sin embargo existen teorías feministas que procuran instituir una sociedad donde no existe una jerarquía de las cosas, proponiendo que lo que organiza la sociedad no son más las clases sociales, sino los géneros.
Esta idea se erige en oposición directa con la visión marxista de clase sobre el problema de la mujer, la cual propone que todos los procesos sociales son consecuencias de una estructura económica, esta imputación pretende señalar que ahora las mujeres tienen una visión más completa de su condición, y ya no una perspectiva reduccionista. La pregunta que surge es , si la mujer lucha por una igualdad de género ¿por qué aún sigue oprimida y dominada?.
Estamos de acuerdo que cuando se dialoga sobre la opresión de la mujer no se puede recurrir a sólo categorías económicas. La opresión es una multiplicidad de actitudes que implican también categorías psicológicas, culturales e ideológicas. Pero se debe considerar que la realidad objetiva es precisamente la materia en movimiento y en el día de hoy ya nadie cuestiona que las ideas no son el reflejo del mundo material, pero parten de él, así como dice Marx “El hombre produce al hombre, así mismo y al otro hombre(...) Así como es la sociedad misma la que produce al hombre en cuanto hombre, así también es producida por el, toda la llamada historia universal no es otra cosa que la producción del hombre por el trabajo humano”.[4]
El marxismo expone que en la producción social de la propia existencia, hombres y mujeres entran en relaciones establecidas, independientes de su voluntad, estas relaciones de producción conciernen a un grado determinado de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. Por lo tanto el modo de producción dominante de la vida material condiciona el proceso de vida social, política e intelectual.
No es una dependencia mecánica, sino dialéctica, un enfrentamiento continuo entre la psiquis humana y su relación social y económica, que va conformando los comportamientos humanos como lo declarara Marx “Tal y como los individuos manifiestan su vida, así son, tanto con lo que producen como con el modo como producen, lo que los individuos son depende, por tanto, de las condiciones materiales de su producción”. [5]
En ninguna época histórica las sociedades, se estructuraron sobre construcciones culturales, estas provienen de un estipulado modo de producción, la manera en que los hombres se relacionan para producir sus medios materiales de vida. La división sexual del trabajo está simbólicamente inscrita en una aparente división entre géneros. Pero lo que se hace notar es que las mujeres de la clase trabajadora soportan, en primer lugar una discriminación entre clases, una relación desigual entre ellas y las mujeres burguesas, más que una discriminación entre géneros .
La producción de las ideas y la conciencia está directamente entrelazada con la actividad material y el trato material de los hombres, como el lenguaje de la vida real. Y de igual manera ocurre con la producción espiritual, tal y como se manifiesta en el lenguaje de la política, de las leyes, de la religión, de una sociedad “ Los hombres son los productores de sus representaciones, de sus ideas, pero se trata de hombres reales y activos tal y como se hayan condicionados por un determinado desarrollo de sus fuerzas productivas”[6].
La desigualdad entre los géneros como construcción cultural sólo puede ser enunciada como tal en una sociedad donde coexisten dominados y dominantes, y la mujer cumple una función social como ser dominado. El género es una construcción social burguesa, es ideología de la clase dominante. Por eso delimitar el problema a una temática de género tiende a disimular los elementos económicos que aíslan a los hombres y mujeres de las diferentes clases, como también de disolver las contradicciones que se hallan entre las mujeres burguesas y proletarias. La desigualdad de género, por lo tanto, es una construcción social propia del capitalismo, y tiene una condición absolutista, que busca destacar las diferencias entre los seres humanos.
El marxismo facilitó, una base materialista para la emancipación femenina, la mujer no nació subyugada; su opresión concuerda, con el surgimiento de la explotación de los hombres y mujeres que trabajan. El marxismo sólo exteriorizó el origen de esta opresión, Marx dice “El objetivo inmediato de los comunista(...). es la formación del proletariado como clase , el derrocamiento de la dominación de la burguesía, la conquista del poder político por parte del proletariado(...) la abolición de la propiedad burguesa..”[7]
Por haber entendido que la dominación de la mujer tiene un origen capitalista, el marxismo puede proponer las medidas para conseguir su emancipación, la derogación de la propiedad privada, única manera de suministrar las bases materiales para trasladar a la sociedad en su conjunto las cargas domésticas y familiares que recaen sobre la mujer. Desde esta perspectiva, una mujer que trabaja es una mujer que consigue participar del sindicato y de los movimientos políticos.
Por eso, es un error demandar una política de género, las políticas de género, al no inscribirse en la clase trabajadora, tienen que asentarse en alguna otra cosa y están siempre dirigidas a los gobiernos burgueses. Para esto se han propuesto dos mecanismo de representatividad en la teoría política uno es el de los cupos “Se trata de una medida de recuperación que tiende a compensar el desequilibrio, creado por la división social del trabajo, que existe en desmedro de las mujeres, y a compensar el hecho que no se las tome en cuenta en las distintas esferas de la vida social”.[8] Sin embargo aumentar el número de mujeres en el parlamento no influye necesariamente en la vida de la mayoría, pues no existe ninguna garantía que representen a los distintos grupos oprimidos.
El segundo mecanismo es el de paridad, que es un reconocimiento de la dualidad sexual del género humano. Presentándose como una medida definitiva y teniendo como finalidad asegurar que hombres y mujeres compartan el poder en la esfera de lo político. El objetivo es acrecentar la representación femenina en el Parlamento, no derogarlo, encubriendo la existencia de la diferencia de intereses entre mujeres burguesas y proletarias, como si un Parlamento mayoritariamente femenino eligiese sólo políticas favorables al pueblo.
Para el marxismo en cambio la opresión femenina es desempleo, es servilismo, es violencia, es frustración y todo esto se da dentro del contexto capitalista. Por tanto el inconveniente de la mujer trabajadora no es ser mujer, es coexistir en un régimen capitalista. Ella no necesita rechazar su feminidad y maternidad, ni precisa percibir en el hombre un contendiente, debe luchar por el fin de la sociedad capitalista como nos explica Marx “El comunismo no es un estado que debe implantarse, un ideal al que haya de sujetarse la realidad. Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera al estado de las cosas actual[9].
Ese será el primer movimiento para que pueda levantar una sociedad, en igualdad con el hombre, donde todos los intersticios de opresión sean superados.
[1] Delphy Christine, “Los desafíos actuales del feminismo” Le Monde diplomatique, Mayo 2004, Pág.32
[2] Nancy Fraser, “Redistribución y reconocimiento: hacia una visión integrada de justicia del género” en Revista Internacional de Filosofía Política, Madrid, Nº8, 1996, pp. 19.
[3] Mary Dietz , “El contexto es lo que cuenta: Feminismo y teorías de la ciudadanía” Debate Feminista, México, 1990, pp. 122
[4] K. Marx, “Manuscritos III”, pp. 145 y 155, citado por Cesar Tejedor en “Historia de la filosofía” Ed. SM,
España, 1997.
[5] K. Marx, F. Engels, “La Ideología Alemana”,Ed. Revolucionaria, La Habana 1966, pp.19
[6] Ibíd. pp. 25
[7] K. Marx, F. Engels, “Manifiesto comunista”, Ed.Grijalbo, España, 1998, pp. 57.
[8] Bérengérs Marques-Pereira, “Cupos o paridad”: ¿Actuar como ciudadanas?, Revista de Ciencia Política, Santiago, 2001, pp. 101-121.
[9] K. Marx, F. Engels, “La ideología Alemana”,Ed. Revolucionaria, La Habana,1966, pp. 36
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