Nos impresiona la aseveración de E. Durkheim acerca de la perseverancia de la religión, “Hay algo eterno en la religión que está destinado a sobrevivir a todos los símbolos particulares con los que sucesivamente se ha recubierto el pensamiento religioso”[1].
Por lo tanto podemos proponer que en una sociedad moderna o postmoderna pueden cambiar las formas, los símbolos, lo ritos, los mitos, las creencias, pero la religión, su sustancia, permanece.
Si dejamos que esta hipótesis durkheimiana nos guíe tenemos que enfrentarnos a dos problemáticas: poner atención a la evolución, paralización, pérdidas o redescubrimientos de las envolturas de lo sagrado en nuestro tiempo, y tener una comprensión clara de qué es la sustancia de lo religioso o sagrado. Esta tarea es un desafío para aquellos que ven a la religión no como una trivialidad sino como algo que se entreteje en todos los fenómenos de nuestra sociedad y cultura. Como digiera Mircea Eliade “Existe la imposibilidad histórica de abolir definitivamente la necesidad de una experiencia religiosa”[2]
Nuestra sociedad se sostiene por sí misma, es una sociedad secular. La sociedad moderna ya no es una sociedad que pone en el centro a la religión, a diferencia de la sociedad tradicional, en la cual todo pasaba de algún modo por ella recibiendo su visto bueno o rechazo. Esto quiere decir que la religión ya no está en el centro de la sociedad. Ahora este centro de producción de las relaciones sociales lo ocupan la economía, la técnica, la burocracia, la religión ha sido desplazada a los márgenes de la sociedad.
La religión en el día de hoy ocupa un puesto junto a otros fenómenos, este hecho ha tenido una doble consecuencia para la misma religión. Como dice Max Weber “La intelectualización y racionalización crecientes no significan, pues un creciente conocimiento (…) significa que se sabe o se cree que en cualquier momento en que se quiera se puede llegar a saber que, por tanto, no existe en torno a nuestra vida poderes ocultos e imprevisibles, sino que, por el contrario, todo pude ser dominado mediante el calculo y la previsión. Esto quiere decir simplemente que se ha excluido lo mágico del mundo”[3].
Sin embargo la religión que vive en un mundo secularizado aunque ha perdido poder social ha ganado en libertad. La religión institucionalizada y organizada ha funcionado en la sociedad tradicional como un instrumento de sometimiento y disciplina de los individuos. En la modernidad la religión ha salido ganando a pesar de las nostalgias de poder social, ha sido liberada, en gran parte, de los peligros de la instrumentalización. Por lo cual, la pérdida de su monopolio cosmovisional o su desvalorización social no supone la liquidación de la religión en la modernidad.
Es una aseveración célebre la de P. Tillich que la cultura es la forma de la religión, pero ésta es la sustancia de la cultura. “Lo que ha sucedido con el descentramiento cultural de la religión en la modernidad es que la sustancia de la cultura moderna ha llegado a ser menos palpable”[4]. El problema que se nos presenta según esta afirmación es detectar en la modernidad dónde y de qué manera se presenta hoy la religión y si tiene alguna relación o representación dentro de estos nuevos grupos sociales.
Esta pérdida, como venimos redundando, hay que comprenderla más como descentramiento y manifestación en ámbitos y formas nuevas. La menor preeminencia social no indica una disipación, cuanto que la religión se ha hecho más impalpable, por estar más ligada a los sujetos y caminar por los márgenes de la sociedad y la cultura. Debemos ver si detectamos la presencia oculta de lo sagrado o su manifestación en las formas desacostumbradas para nuestros censores religiosos (…) Seguiremos sospechando que donde surgen nuevos atisbos de organización social y política que trasmutan los viejos cimientos, también alienta un soplo del espíritu sagrado[5].
No se puede negar que lo religioso transita por nuestras calles, plazas, mall, horóscopos, libros y medios de comunicación. Su relativo éxito indica que lo sagrado no ha muerto en el interés de nuestros contemporáneos. Mircea Eliade nos ha llamado la atención acerca de la tendencia de los fenómenos sagrados, hierofantas, a manifestarse lo más íntegramente posible. “De esta manera se explica la posibilidad que toda forma religiosa tiene de incrementarse, de purificarse y de ennoblecerse”[6] .
Frente a estas idas debemos tener en cuenta que, el desencantamiento del mundo moderno y con su pluralismo y aun fragmentación cosmovisional, y el funcionalismo dominante e las prácticas sociales, no supone necesariamente una desaparición de las prácticas religiosas. Hay que sospechar, más bien que está aconteciendo un reencantamiento del mundo parejo y su desmagificación. El sujeto moderno tiende a vivir la religión desde su individualidad, subjetividad y necesidades personales.
El proceso de la modernidad incide sobre la religión organizada e institucionalizada desplazándola del centro social, conduciéndola por un proceso de especialización y privatizándola. Esta forma de religión institucional que ha perdido relevancia se ve atravesada por varias tendencias contrapuestas, flexibilidad, uniformidad, reestructuraciones, representaciones plurales, como también una definición polisémica.
En este nuevo proceso se le da un cierto uso pragmático a la religión. La relevancia, autenticidad e influjo de las prácticas religiosas se ajustan y evalúan desde la experiencia emocional. Las fronteras entre lo sagrado y lo profano en el proceso de modernización se desvanecen volviéndose cada día menos nítidas. Por tanto como ya hemos indicado, la modernidad acentúa el lado individual y auto-experimental de lo sagrado. “El experimentalismo cultural moderno se pone de manifiesto, en lo religioso, en la tendencia a valorar la creencia en cuanto experiencia interior personal”[7].
Si dejamos que esta hipótesis durkheimiana nos guíe tenemos que enfrentarnos a dos problemáticas: poner atención a la evolución, paralización, pérdidas o redescubrimientos de las envolturas de lo sagrado en nuestro tiempo, y tener una comprensión clara de qué es la sustancia de lo religioso o sagrado. Esta tarea es un desafío para aquellos que ven a la religión no como una trivialidad sino como algo que se entreteje en todos los fenómenos de nuestra sociedad y cultura. Como digiera Mircea Eliade “Existe la imposibilidad histórica de abolir definitivamente la necesidad de una experiencia religiosa”[2]
Nuestra sociedad se sostiene por sí misma, es una sociedad secular. La sociedad moderna ya no es una sociedad que pone en el centro a la religión, a diferencia de la sociedad tradicional, en la cual todo pasaba de algún modo por ella recibiendo su visto bueno o rechazo. Esto quiere decir que la religión ya no está en el centro de la sociedad. Ahora este centro de producción de las relaciones sociales lo ocupan la economía, la técnica, la burocracia, la religión ha sido desplazada a los márgenes de la sociedad.
La religión en el día de hoy ocupa un puesto junto a otros fenómenos, este hecho ha tenido una doble consecuencia para la misma religión. Como dice Max Weber “La intelectualización y racionalización crecientes no significan, pues un creciente conocimiento (…) significa que se sabe o se cree que en cualquier momento en que se quiera se puede llegar a saber que, por tanto, no existe en torno a nuestra vida poderes ocultos e imprevisibles, sino que, por el contrario, todo pude ser dominado mediante el calculo y la previsión. Esto quiere decir simplemente que se ha excluido lo mágico del mundo”[3].
Sin embargo la religión que vive en un mundo secularizado aunque ha perdido poder social ha ganado en libertad. La religión institucionalizada y organizada ha funcionado en la sociedad tradicional como un instrumento de sometimiento y disciplina de los individuos. En la modernidad la religión ha salido ganando a pesar de las nostalgias de poder social, ha sido liberada, en gran parte, de los peligros de la instrumentalización. Por lo cual, la pérdida de su monopolio cosmovisional o su desvalorización social no supone la liquidación de la religión en la modernidad.
Es una aseveración célebre la de P. Tillich que la cultura es la forma de la religión, pero ésta es la sustancia de la cultura. “Lo que ha sucedido con el descentramiento cultural de la religión en la modernidad es que la sustancia de la cultura moderna ha llegado a ser menos palpable”[4]. El problema que se nos presenta según esta afirmación es detectar en la modernidad dónde y de qué manera se presenta hoy la religión y si tiene alguna relación o representación dentro de estos nuevos grupos sociales.
Esta pérdida, como venimos redundando, hay que comprenderla más como descentramiento y manifestación en ámbitos y formas nuevas. La menor preeminencia social no indica una disipación, cuanto que la religión se ha hecho más impalpable, por estar más ligada a los sujetos y caminar por los márgenes de la sociedad y la cultura. Debemos ver si detectamos la presencia oculta de lo sagrado o su manifestación en las formas desacostumbradas para nuestros censores religiosos (…) Seguiremos sospechando que donde surgen nuevos atisbos de organización social y política que trasmutan los viejos cimientos, también alienta un soplo del espíritu sagrado[5].
No se puede negar que lo religioso transita por nuestras calles, plazas, mall, horóscopos, libros y medios de comunicación. Su relativo éxito indica que lo sagrado no ha muerto en el interés de nuestros contemporáneos. Mircea Eliade nos ha llamado la atención acerca de la tendencia de los fenómenos sagrados, hierofantas, a manifestarse lo más íntegramente posible. “De esta manera se explica la posibilidad que toda forma religiosa tiene de incrementarse, de purificarse y de ennoblecerse”[6] .
Frente a estas idas debemos tener en cuenta que, el desencantamiento del mundo moderno y con su pluralismo y aun fragmentación cosmovisional, y el funcionalismo dominante e las prácticas sociales, no supone necesariamente una desaparición de las prácticas religiosas. Hay que sospechar, más bien que está aconteciendo un reencantamiento del mundo parejo y su desmagificación. El sujeto moderno tiende a vivir la religión desde su individualidad, subjetividad y necesidades personales.
El proceso de la modernidad incide sobre la religión organizada e institucionalizada desplazándola del centro social, conduciéndola por un proceso de especialización y privatizándola. Esta forma de religión institucional que ha perdido relevancia se ve atravesada por varias tendencias contrapuestas, flexibilidad, uniformidad, reestructuraciones, representaciones plurales, como también una definición polisémica.
En este nuevo proceso se le da un cierto uso pragmático a la religión. La relevancia, autenticidad e influjo de las prácticas religiosas se ajustan y evalúan desde la experiencia emocional. Las fronteras entre lo sagrado y lo profano en el proceso de modernización se desvanecen volviéndose cada día menos nítidas. Por tanto como ya hemos indicado, la modernidad acentúa el lado individual y auto-experimental de lo sagrado. “El experimentalismo cultural moderno se pone de manifiesto, en lo religioso, en la tendencia a valorar la creencia en cuanto experiencia interior personal”[7].
[1] Durkheim, Emile, “Las formas elementales de la vida religiosa, ed. Akal, Madrid, 1982, pp. 382
[2] Eliade Mircea “Tratado de historia de las religiones, ed. Cristiandad 2º edición , Madrid, 1981, pp. 464
[3] Weber Max, “El político y el Científico, ed. Alianza, Madrid, 1967, pp. 199-200
[4] Mardones, José M. “Para comprender las nuevas formas de la religión, ed. V.D., pp. 40
[5] Ibidem pp. 40.
[6] op, cit, Eliade Mircea, 1981, pp. 462.
[7] Bell Daniel, “Las contradicciones culturales del capitalismo”, ed. Alianza, Madrid, 1977, pp. 39